Pudiera, sin embargo, tolerarse a los sabios el desempeño de los cargos públicos, aunque nos hiciesen el efecto de asnos tocando la lira, con tal que en los restantes negocios mostraran singular maestría; pero llevad un sabio a un banquete, y es seguro que aguará la fiesta con su melancólico silencio o con sus impertinentes cuestioncillas; hacedle bailar, y creeréis ver saltar a un camello; conducidle a un espectáculo, y sólo mirarle a la cara bastará para que nadie se divierta y, como al sabio Catón, se le rogará que abandone el teatro, ya que no puede desarrugar el entrecejo; si cae en medio de una conversación, caerá de improviso como el lobo de la fábula; si se trata de compras, de convenios, en una palabra, de alguna de esas cosas de las que no puede prescindirse en la vida diaria, diríais que nuestro sabio más parece un tronco que un hombre.
Por tanto, como es del todo inhábil para las cosas ordinarias y discrepa enteramente de las opiniones y de las costumbres del vulgo, resulta absolutamente inútil para sí, para los suyos y para la patria; por lo cual se comprende también que tal diferencia de conducta y de sentimientos debe hacerle aborrecible para todo el mundo.
Así, pues, como nada hay en el mundo que no esté lleno de necedad, y hecho por necios y para necios, yo aconsejaría a aquel que pretendiera ir contra la corriente que, imitando a Timón, el misántropo, se vaya a un desierto, y allí solito podrá refocilarse con su sabiduría.