Lo que he dicho de la amistad puede aplicarse con mayor razón al matrimonio, puesto que éste no es más que la unión de dos vidas en una sola. ¡Oh dioses inmortales! ¡Cuántos divorcios, o cosas aún peores que el divorcio, se verían a cada paso si mis satélites la Adulación, la Chanza, la Indulgencia, el Engaño y el Disimulo no viniesen a sostener y conservar las costumbres y el vivir conyugal! ¡Ah!, ¡qué pocos matrimonios habría si el novio, obrando como prudente, indagase a qué juegos había jugado antes de casarse la delicada doncellita, tan modesta y púdica en apariencia, y cuántos menos permanecerían unidos si no quedasen ocultas muchas hazañas de las mujeres, gracias al descuido y la estolidez de los esposos!
Es cierto que todo esto es efecto de la necedad; pero no lo es menos que a ella se debe que el marido pueda soportar a la mujer y la mujer al marido, que la casa ande tranquila y que en ella reine la concordia. La gente se ríe del infeliz que enjuga con sus besos las lágrimas de la adúltera, y le llama cornudo, consentido, ¡qué se yo cuántas cosas más! Pero ¿no es preferible engañarse de esta suerte a dejarse consumir por los celos y convertirlo todo en escena de tragedia?