No obstante, cuanto más necia es una persona, más feliz es, según juicio de la Necedad, siempre que no se salga de aquel género de locura que a mí me es peculiar y que se halla tan extendido que yo no sé si entre todos los mortales podría encontrarse alguno que constantemente sea sensato y no esté poseído de cierta especie de locura.
La diferencia entre ambas locuras estriba en que el uno confunde una calabaza con una mujer, y a éste llaman loco, porque esto se les ocurría a poquísimas personas, y en que el otro, aunque comparta su mujer con otros muchos, la pondera en más que a Penélope y ensalza sus perfecciones de modo inusitado; este tal se engañaría dulcemente, y no habría nadie que le creyese loco; su caso es muy frecuente. ¡Hay tantos maridos que hacen lo mismo!
También hay que colocar entre mis fieles aquellos otros que ante la caza mayor todo lo juzgan despreciable, y dicen recibir placer singularísimo cuando oyen el bronco sonido del cuerno con los aullidos de su jauría, y sospecho que hasta cuando huelen los excrementos de sus perros se imaginan que es cinamomo. ¡Qué dicha tan incomparable la de descuartizar la pieza!...Porque eso de despedazar toros y carneros, es bajo y plebeyo; solamente al noble corresponde hacer cuartos a las fieras. El hidalgo, con la cabeza descubierta, hincado de rodillas y armado del cuchillo destinado a este uso (porque emplear cualquier otro no sería lícito), va cortando religiosamente ciertos miembros del animal, con ciertos gestos y según cierto orden, mientras que la multitud silenciosa que le rodea admira con recogimiento, como si fuese una novedad, un espectáculo ya visto por milésima vez; y si alguno ha tenido la suerte de saborear un pedazo de la res, lo considera como un título de nobleza. Así, pues, a fuerza de perseguir bestias feroces y engullírselas nuestros cazadores casi acaban por convertirse en una especie de alimañas, aunque supongan que se dan una vida de reyes.
A su lado hay que poner a los que, consumidos por la monomanía de edificar, cambian hoy lo redondo en cuadrado y mañana lo cuadrado en redondo; y lo hacen sin ton ni son, hasta que, viviendo en la extrema indigencia, no les queda ya ni donde vivir, ni de qué comer. ¡Miserables! Mas ¿qué les importa, si entre tanto pasaron unos cuantos años gozando de la vida?
Asimismo, figuran junto a ellos, a mi juicio, los que cultivando las nuevas ciencias ocultas, afánanse por transmutar la naturaleza de los cuerpos, y andan por tierras y por mares a caza de no sé qué quinta esencia. A éstos los cautiva de tal manera la dulce esperanza, que jamás los arredran los trabajos ni los dispendios, y siempre están ideando, con ingenio sutilísimo, algo que, aunque los burle una vez más, les proporcione una grata ilusión, hasta que llega el día en que, consumido todo su caudal, no tienen ni aun para encender sus hornillos.
No por ello, sin embargo, renuncian a soñar con sus desvaríos; antes bien, engatusan a los demás a gozar de la misma felicidad, y cuando ya han perdido toda esperanza, réstales aún una máxima que es para ellos altamente consoladora, a saber: ``Que las cosas grandes, con intentarlas basta,'' y así achacan el fracaso a la brevedad de la vida, que nunca es suficiente para llevar a cabo las arduas empresas.
Dudo un poco si debo o no admitir a los jugadores entre los nuestros. Sin embargo, hay que afirmar que es un espectáculo absolutamente tonto y ridículo el que ofrecen algunos de ellos, tan apasionados por el juego, que apenas oyen el ruido de los dados, ya les está dando brincos el corazón.
Después, embriagados por las promesas que constantemente les tiende la avaricia de la ganancia, llevan su patrimonio a naufragar y estrellarse en el escollo del tapete verde, no menos temible que el cabo Malio; pero apenas han salido del agua en cueros vivos, engañan a cualquiera antes que a quien les ganó el dinero, para que no se diga que son hombres de poca formalidad.