JPS: Por ahora hay una evidente desproporción entre el carácter masivo
del movimiento de huelga, que permite, en efecto, un enfrentamiento directo al régimen,
y las reivindicaciones, con todo limitadas (salarios, organización del trabajo,
jubilaciones, etc.) presentadas por los sindicatos.
DCB: Hubo siempre un desnivel, en las luchas obrerasa, entre el vigor de la
acción y las reivindicaciones iniciales. Pero puede suceder que el éxito de la
acción, el dinamismo del movimiento, llegue a modificar en la marcha la naturaleza de
las reivindicaciones. Una huelga desencadenada para lograr conquistas parciales puede
transformarse en un movimiento insurreccional.
Sentado esto, algunas reivinicaciones presentadas en estos momentos por los trabajadores,
van muy lejos: la semana de 40 horas reales, por ejemplo, y, en la fábrica
Renault, el salario mínimo de 1.000 francos por mes. El poder "degaullista" no puede
aceptarlas sin quedar en una posición totalmente desairada, y si se mantiene firme
va al enfrentamiento. Supongamos que los obreros también se mantengan firmes y
que el régimen caiga. ¿Qué sucede? La izquierda toma el poder. Todo
dependerá entonces de lo que haga. Si realmente cambia el sistema -confieso que lo
dudo- tendrá aceptación y todo marchará bien. Pero si tenemos -con
los comunistas o sin ellos- un gobierno tipo Wilson, que proponga sólo reformas
y reajustes menores, la extrema izquierda se verá forzada y habrá que
continuar presentando los verdaderos problemas de organización de la sociedad,
de poder obrero, etc.
Pero no estamos todavía en eso, ni siquiera es seguro que el régimen caiga.
JPS: Hay casos, cuando la situación es revolucionaria, en que un movimiento
como el vuestro no se detiene, pero también suele suceder que el impulso declina. En
este caso, es preciso tratar de ir lo más lejos posible antes de la detención.
¿Cuál es en su opinión la parte irreversible en el movimiento actual,
suponiendo que acabe enseguida?
DCB: Los obreros lograrán el cumplimiento de cierto número de
reivindicaciones materiales, al mismo tiempo que importantes reformas tendrán lugar
en la Universidad por obra de las tendencias moderadas del movimiento estudiantil y de los
profesores. No serán las reformas radicales a las que aspiramos, pero de todos
modos tendremos cierto peso: presentaremos propuestas precisas, y sin duda algunas
serán aceptadas porque no se atreverán a negarnos todo. De seguro será
un progreso, pero nada fundamental habrá cambiado, por lo que continuaremos
cuestionando el sistema en su conjunto.
De todas maneras, no creo que la revolución sea posible de un día para otro.
Creo que sólo será posible obtener mejoras sucesivas, más o menos
importantes, pero estas mejoras no podrán ser impuestas sino por acciones
revolucionarias. Por esta razón, el movimiento estudiantil, que habrá alcanzado,
pese a todo, una reforma importante en la Universidad, aunque transitoriamente pierda
energía, toma un valor de ejemplo para muchos jóvenes trabajadores. Utilizando
los medios de acción tradicionales del movimiento obrero -la huelga, la
ocupación de la calle y de los lugares de trabajo-, hemos derribado el primer
obstáculo: el mito por el cual "nada puede hacerse contra el régimen". Hemos
probado que eso no era verdad. Y los obreros se han lanzado por la brecha. Puede ser que
esta vez no sigan hasta el final. Pero habr'á otras explosiones más tarde. Lo
importante es que se ha demostrado la eficacia de los métodos revolucionarios.
La unión de los estudiantes y obreros sólo puede hacerse en la dinámica
de la acción si el movimiento de los estudiantes y el de los obreros conservan cada uno
su impulso y convergen hacia un mismo objetivo. Por el momento existe una desconfianza
natural y comprensible de los obreros.
JPS: Esta desconfianza no es natural sino adquirida. No existía a comienzos del
siglo XIX y sólo apareció después de las masacres de junio de 1848.
Antes, los republicanos -que eran intelectuales y pequeños burgueses- y los obreros
marchaban juntos. Después, no hubo ya perspectivas de unión, ni siquiera en el
partido comunista, que siempre ha separado cuidadosamente a los obreros de los intelectuales.
DCB: De todos modos algo ha sucedido en el transcurso de esta crisis. En Billancourt,
los obreros no han dejado entrar en la fábrica a los estudiantes. Pero el hecho mismo de
que los estudiantes hayan ido a Billancourt constituye algo nuevo e importante. Ha habido, en
realidad, tres etapas. Primero la desconfianza franca, no sólo de la prensa obrera sino
del medio obrero. Decían: "¿Qué quieren esos nenes de papá que
vienen a fastidiarnos?" Y más tarde, después de los combates en la calle,
después de la lucha de los estudiantes contra los policías, ese sentimiento ha
desaparecido y la solidaridad se vuelve efectiva.
En este momento estamos en un tercer estadio: los obreros y los campesinos han entrado a su
vez en la lucha pero nos dicen: "Esperen un poco, queremos manejar nosotros mismos nuestro
combate". Es normal. La unión sólo podrá realizarse más tarde si
los dos movimientos, el de los estudiantes y el de los obreros, conservan su impulso.
Después de cincuenta años de desconfianza, no creo que lo que se denomina
"diálogo" sea posible. No se trata solamente de hablar. Es natural que los obreros no nos
reciban con los brazos abiertos. El contacto sólo se establecerá si combatimos
juntos. Se puede, por ejemplo, crear grupos conjuntos de acción revolucionaria, en que
los obreros y estudiantes planteen juntos los problemas y actúen juntos. Habrá
lugares en los que eso funciones y otros en los que no funcione.
JPS: El problema sigue siendo el mismo: mejoras o revolución. Como usted dice,
todo lo que ustedes hacen a través de la violencia es recuperado por los reformistas de
una manera positiva. La Universidad, gracias a lo que ustedes han hecho, se verá
mejorada, pero siempre dentro del marco de la sociedad burguesa.
DCB: Es evidente; pero creo que no hay otro modo de avanzar. Tomemos el ejemplo de
los exámenes. No se discute que se seguirá con ellos. Pero seguramente no
se desarrollarán como antes. Se encontrará una fórmula nueva. Y si una
sola vez se efectúan de un modo desacostumbrado, un proceso de reforma se
pondrá en marcha de modo irreversible. No sé hasta que punto llegará, lo
que sé es que se hará lentamente; pero es la única estrategia posible.
Para mí, no se trata de hacer metafísica, ni de indagar cómo
habrá que realizar la revolución. Ya he dicho que creo que vamos más
bien hacia un cambio perpetuo de la sociedad, provocado, en cada etapa, por acciones
revolucionarias. El cambio radical de las estructuras de nuestra sociedad sólo
sería posible si se produjera de golpe la coincidencia de una crisis económica
grave, con la acción de un potente movimiento obrero y de un fuerte movimiento
estudiantil. Hoy estas condiciones no están reunidas. Como máximo puede
pretenderse la caída del gobierno. Pero no puede soñarse con hacer estallar la
sociedad burguesa. Lo que no quiere decir que no haya que hacer nada; todo lo contrario, es
necesario luchar paso a paso a partir de un cuestionamiento global.
La cuestión de saber si puede haber todavía revoluciones en sociedades
capitalistas evolucionadas y de lo que hay que hacer para provocarlas realmente no me
interesa.
Cada cual con su teoría; unos dicen: las revoluciones del tercer mundo son las que
provocarán el derrumbe del mundo capitalista. Otros: sólo gracias a la
revolución en el mundo capitalista podrá haber desarrollo del tercer mundo.
Todos los análisis están más o menos fundados, pero en mi
opinión, eso no tiene mayor importancia.
Observemos lo que acaba de pasar. Desde hace mucho tiempo hay gente que busca el mejor
modo de provocar una explosión en el medio estudiantil. Nadie lo ha encontrado y
finalmente ha sido una situación objetiva la que ha provocado la explosión.
Influyó sin duda el manotón del poder -la ocupación de la Sorbona por la
policía-, pero es evidente que esta "gaffe" monumental no es el único origen del
movimiento. La policía ya había entrado en Nanterre, algunos meses
atrás, y eso no había despertado ninguna reacción en cadena. Esta
vez se despertó una que no fue posible detener, lo que permite examinar el papel que
puede desempeñar una minoría activa.
Lo que ha sucedido desde hace dos semanas constituye, a mi entender, una refutación
de la famosa teoría de "las vanguardias revolucionarias" consideradas como las fuerzas
dirigentes de un movimiento popular. En Nanterre y París ha habido simplemente una
situación objetiva, derivada de lo que se llama de un modo vago "el malestar estudiantil"
y de la voluntad de acción de una parte de la juventud, decepcionada por la
inacción de las clases que ejercen el poder. La minoría activa pudo, por el hecho
de ser teóricamente más conciente y estar mejor preparada, encender el
detonador y penetrar por la brecha. Pero eso es todo. Los otros podían seguir o no
seguir. Sucede que han seguido. Pero después, ninguna vanguardia, sea la U.E.C., la
J.C.R. o los "marxistas-leninistas", ha podido tomar la dirección del movimiento. Sus
militantes pudieron participar en las acciones de un modo decidido pero desaparecieron
absorvidos por el movimiento. Se los encuentra en los comités de coordinación,
donde su papel es importante, pero en ningún momento hubo oportunidad de que estas
vanguardias desempeñaran un papel directivo.
Es el punto esencial. Sirve para destacar que es necesario abandonar la teoría de "la
vanguardia dirigente" para adoptar aquella -más simple y más honrada- de "la
minoría activa" que desempeña el papel de un fermento permanente, impulsando
a la acción sin pretender la dirección. En efecto, aunque nadie quiera admitirlo,
el partido bolchevique no dirigió la revolución rusa. Fue empujado por las masas.
Pudo elaborar su teoría en la marcha, dar ciertos impulsos hacia un lado o hacia otro,
pero no desencadenó, solo, un movimiento que fue en su mayor parte
espontáneo. En determinadas situaciones objetivas -con la ayuda de una minoría
activa- la espontaneidad retoma su lugar en el movimiento social. Es ella la que promueve
su avance, y no las órdenes de un grupo dirigente.
JPS: Lo que mucha gente no comprende, es que ustedes no buscan elaborar un
programa, ni dar una estructura al movimiento. Les reprochan querer "destruirlo todo" sin saber
-en todo caso sin decir- lo que ustedes quieren colocar en lugar de lo que derrumban.
DCB: ¡Claro! Todo el mundo se tranquilizaría -Pompidou en primer lugar-
si fundáramos un partido anunciando: "Toda esta gente está con nosotros.
Aquí están nuestros objetivos y el modo como pensamos lograrlos..." Se
sabría a que atenerse y por lo tanto la forma de anularnos. Ya no se estaría
frente a "la anarquía", el "desorden", la "efervescencia incontrolable".
La fuerza de nuestro movimiento reside precisamente en que se apoya en una espontaneidad
"incontrolable", que da el impulso sin pretender canalizar o sacar provecho de la acción
que ha desencadenado. Para nosotros existen hoy dos soluciones evidentes. La primera
consiste en reunir cinco personas de buena formación política y pedirles que
redacten un programa, que formulen reivindicaciones inmediatas de aspecto sólido y
digan: "Esta es la posición del movimiento estudiantil, hagan según eso lo que
quieran." Es la mala solución. La segunda consiste en tratar de hacer comprender la
situación, no a la totalidad de los estudiantes, ni siquiera a la totalidad de los
manifestantes, pero a un gran número de entre ellos. Para eso, es preciso evitar la
creación inmediata de una organización o definir un programa que serían
inevitablemente paralizantes. La única oportunidad del movimiento es justamente ese
desorden que permite a las gentes hablar libremente y que puede desembocar, por fin, en
cierta forma de autoorganización. Por ejemplo, es necesario ahora renunciar a las
reuniones de gran espectáculo y llegar a formar grupos de trabajo y de acción.
Fue lo que tratamos de hacer en Nanterre.
Ante la repentina libertad de palabra en París, se hace preciso que en primer
término la gente se exprese. Dicen cosas confusas, vagas, a menudo sin interés,
porque se las han dicho cien veces, pero eso les permite, después de haber dicho todo
eso, plantearse la siguiente pregunta: "¿Y ahora?" Eso es lo más importante, y
lo que gran parte de los estudiantes se pregunta: "¿Y ahora?" Sólo después
podrá hablarse de programa o de estructuración. Si nos planteáramos
desde el comienzo el tema: "¿Qué harán con los exámenes?"
significaría asfixiar las posibilidades, sabotear el movimiento, interrumpir la
dinámica. Los exámenes tendrán lugar y nosotros presentaremos
propuestas, pero que nos den tiempo. Primero hay que hablar, reflexionar, buscar
fórmulas nuevas. Las encontraremos. Pero no hoy.
JPS: El movimiento estudiantil como usted ha dicho, está ahora
en la cresta de la ola. Pero están por llegar las vacaciones, una
pausa, seguramente un retroceso. El gobierno aprovechará para
realizar reformas. Invitará a estudiantes a participar en ellas, y
muchos aceptarán diciendo: "Nosotros sólo pretendemos reformas",
o si no: "Son sólo reformas, pero es mejor que nada y las hemos
obtenido por la fuerza". Tendrán una Universidad transformada, pero
los cambios pueden muy bien ser sólo superficiales, limitarse al
progreso de los equipos materiales, de los locales, de los restaurantes
universitarios. Todo eso no cambiará la esencia del sistema. Son
reivindicaciones que el poder puede satisfacer sin que sea cuestionado el
régimen. ¿Creen ustedes poder obtener "mejoras" que introduzcan
realmente elementos revolucionarios en la Universidad burguesa; que hagan,
por ejemplo, que la enseñanza impartida en la Universidad esté en
contradicción con la función principal de la Universidad en
el régimen actual: formar cuadros bien integrados en el sistema?
DCB: En primer término, las reivindicaciones puramente
materiales pueden tener un contenido revolucionario. Con respecto a los
restaurantes universitarios tenemos una reivindicación de fondo. Pedimos
su supresión en cuanto a su carácter de restaurantes "universitarios". Es
necesario que se transformen en restaurantes "de la juventud", en los que
todos los jóvenes, estudiantes o no, puedan comer por 1,40 francos. Y nadie
puede estar en contra: si los trabajadores jóvenes trabajan todo el día,
no se justifica el que de noche no puedan comer por 1,40 F. Igual cosa en
lo que respecta a las ciudades universitarias: pedimos que se conviertan en
ciudades para la juventud. Hay muchos obreros jóvenes, muchos aprendices
que desean independizarse de sus padres pero que no pueden arrendar un cuarto
porque cuesta 30.000 francos viejos por mes; queremos que se los acoja en las
ciudades donde el alquiler es de 9.000 o 10.000 francos viejos. Los hijos de
familias acomodadas que estudian derecho o ciencias políticas pueden ir a
otra parte.
En el fondo, no pienso que las reformas que podrá hacer el gobierno sean las
suficientes para desmovilizar a los estudiantes. Las vacaciones señalarán
indudablemente un retroceso, pero no quebrarán el movimiento. Algunos dirán:
"Nuestro golpe ha fracasado", sin tratar de explicarse lo que sucedió. Otros
dirán: "La situación no estaba madura". Pero no muchos militantes
comprenderán que hay que capitalizar lo que acaba de pasar, analizarlo
teóricamente y prepararse para una nueva acción en la reapertura. Porque la
reapertura de cursos será catastrófica, sean las que fueren las reformas
gubernamentales. Y la experiencia de la acción desordenada, imprevista,
provocada por el poder, que acabamos de conducir, nos permitirá volver más
eficaz la acción que podría desencadenarse en otoño. Las vacaciones
permitirán a los estudiantes esclarecer su propio desconcierto, que se
manifestó en estos quince días de crisis, y a reflexionar sobre lo que
quieren y pueden hacer.
En cuanto a la posibilidad de lograr que la enseñanza impartida en la
Universidad se vuelva "contra-enseñanza" que forme, no cuadros bien
integrados sino cuadros revolucionarios, es una esperanza que me parece un
poco idealista. La enseñanza burguesa, aún reformada, producirá cuadros
burgueses. La gente será aprisionada en el engranaje del sistema. En el
mejor de los casos, se volverán miembros de una izquierda benévola pero
seguirán siendo, objetivamente, engranajes que aseguren el funcionamiento
de la sociedad.
Nuestro objetivo es lograr poner en marcha una "enseñanza paralela" tanto
técnica como ideológica. Se trata de que nosotros mismos volvamos a poner
en marcha la Universidad sobre bases completamente nuevas, aunque esto no
dure más que unas pocas semanas. Acudiremos a los profesores de izquierda
y de extrema izquierda que estén dispuestos a trabajar con nosotros en los
seminarios y a apoyarnos con sus conocimientos -renunciando a su condición
de profesores- en la experiencia que emprenderíamos.
Podríamos inaugurar seminarios en todas las facultades -por supuesto nada
de clases magistrales- sobre los problemas del movimiento obrero, sobre
la utilización de la técnica al servicio del hombre, sobre las posibilidades
que ofrece la automación. Y todo esto no simplemente desde un punto de vista
teórico (no hay un solo libro de sociologia que comience hoy por la frase:
"Hay que poner la técnica al servicio del hombre") sino planteando problemas
concretos. Esta enseñanza tendría una orientación obviamente contraria a la
del sistema en uso, por lo que la experiencia no podría durar mucho tiempo:
el sistema reaccionaría inmediatamente y el movimiento sucumbiría. Pero lo
importante no es elaborar una reforma del sistema capitalista sino lanzar
una experiencia de ruptura completa con esta sociedad; una experiencia que
no dure pero que deje entrever una posibilidad: se percibe algo,
fugitivamente, que luego se extingue. Pero basta para probar que ese algo
puede existir.
No esperamos construir una universidad de tipo socialista en nuestra
sociedad, porque sabemos que la función de la Universidad seguirá siendo la
misma en tanto que no cambie la totalidad del sistema. Pero creemos que
puede haber momentos de ruptura en la cohesión del sistema y que se puede
aprovecharlos para abrir brechas.
JPS: Eso supone la existencia permanente de un movimiento
"anti-institucional" que impida a las fuerzas estudiantiles estancarse. Lo
que ustedes pueden reprochar a la U.N.E.F., en efecto, es de ser un sindicato,
es decir una institución forzosamente esclerosada.
DCB: Le reprochamos ser, sobre todo en sus formas de organización,
incapaz de lanzar una reivindicación. La defensa de los intereses de los
estudiantes resulta, de todos modos, una cosa problemática. ¿Cuáles son
esos intereses? Los estudiantes no constituyen una clase. Los trabajadores,
los campesinos, forman una clase social y tienen intereses objetivos. Sus
reivindicaciones son claras y van dirigidas a los patrones, a los
representantes de la burguesía. ¿Pero los estudiantes? ¿Quienes son sus
opresores, salvo todo el sistema?
JPS: En efecto, los estudiantes no constituyen una clase. Ellos se
definen por la edad y por una relación con el conocimiento. El estudiante
es alguien que, por definición, un día dejará de ser estudiante, en no
importa cuál sociedad, incluso en aquella en la que soñamos.
DCB: Eso es justamente lo que hay que cambiar. En el sistema actual
se dice: existen los que trabajan y los que estudian. Y todo queda en una
división, aunque sensata, del trabajo social. Pero es posible imaginar otro
sistema en el cual todo el mundo toma parte en las tareas de producción
-reducidas al máximo gracias a los progresos de la técnica- y en el cual
todos tengan la posibilidad de proseguir paralelamente estudios
continuos. Es el sistema del trabajo productivo y del estudio
concomitante.
Evidentemente habrá casos especiales: no se puede dedicarse a las matemáticas
avanzadas, o a la medicina y ejercer otra actividad al mismo tiempo. No se
trata de instituir reglas uniformes. Pero es el principio de base el que
ha de ser cambiado. Es preciso rechazar, desde un comienzo, la distinción
entre estudiante y trabajador.
Por supuesto, nada de esto tendrá lugar mañana mismo, pero algo hay que se
ha puesto en marcha y que proseguirá ineludiblemente.
JPS: Lo interesante de la acción que ustedes desarrollan es que lleva
la imaginación al poder. Ustedes poseen una imaginación limitada como todo el
mundo, pero tienen muchas más ideas que sus mayores. Nosotros estamos formados
de un modo tal que tenemos ideas precisas sobre lo que es posible y lo que no
lo es. Un profesor dirá: "¿Suprimir los exámenes? Jamás. Se puede
perfeccionarlos, pero jamás suprimirlos". ¿Por qué esto? Porque ha pasado por
los exámenes durante la mitad de su vida.
La clase obrera ha imaginado a menudo nuevos métodos de lucha, pero siempre
en función de la situación precisa en la que se encontraba. En 1936 inventó
la ocupación de las fábricas, porque era la única arma que tenía para
consolidar y sacar provecho de una victoria electoral. Ustedes tienen una
imaginación mucho más rica y las frases que se leen en los muros de la
Sorbona lo prueban. Hay algo que ha surgido de ustedes que asombra, que
trastorna, que reniega de todo lo que ha hecho de nuestra sociedad lo que
ella es. Se trata de lo que yo llamaría la expansión del campo de lo
posible. No renuncien a eso.