SONETOS de Francisco de Quevedo

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MUERTE Y VIDA RELIGIOSOS AMOROSOS


MUERTE Y VIDA

Signifícase la propia brevedad de la vida, sin pensar, y con padecer salteada de la muerte ¡Fue sueño ayer: mañana será tierra! ¡Poco antes, nada; y poco después, humo! ¡Y destino ambiciones, y presumo, apenas punto al cerco que me cierra! Breve combate de importuna guerra, en mi defensa, soy peligro sumo; y mientras con mis armas me consumo, menos me hospeda el cuerpo, que me entierra. Ya no es ayer; mañana no ha llegado; hoy pasa, y es, y fue, con movimiento que a la muerte me lleva despeñado. Azadas son la hora y el momento que, a jornal de mi pena y mi cuidado, cavan en mi vivir mi monumento.
Repite la fragilidad de la vida y señala sus engaños y sus enemigos ¿Qué otra cosa es verdad sino pobreza en esta vida frágil y liviana? Los dos embustes de la vida humana, desde la cuna, son honra y riqueza. El tiempo, que ni vuelve ni tropieza, en horas fugitivas la devana; y, en errado anhelar, siempre tirana, la Fortuna fatiga su flaqueza. Vive muerte callada y divertida la vida misma; la salud es guerra de su propio alimento combatida. ¡Oh, cuánto, inadvertido, el hombre yerra: que en tierra teme que caerá la vida, y no ve que, en viviendo, cayó en tierra!
Prevención para la vida y para la muerte Si no temo perder lo que poseo, ni deseo tener lo que no gozo, poco de la Fortuna en mí el destrozo valdrá, cuando me elija actor o reo. Ya su familia reformó el deseo; no palidez al susto, o risa al gozo le debe de mi edad el postrer trozo, ni anhelar a la Parca su rodeo. Sólo ya el no querer es lo que quiero; prendas del alma son las prendas mías; cobre el puesto la muerte, y el dinero. A las promesas miro como a espías; morir al paso de la edad espero: pues me trujeron, llévenme los días.
Miré los muros de la patria mía... Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía. Salíme al campo: vi que el sol bebía los arroyos del yelo desatados, y del monte quejosos los ganados, que con sombras hurtó su luz al día. Entré en mi casa; vi que, amancillada, de mi anciana habitación era despojos; mi báculo, más corvo y menos fuerte; vencida de la edad sentí mi espada. Y no hallé cosa en qué poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte.
Todo tras sí lo lleva el año breve... Todo tras sí lo lleva el año breve de la vida mortal, burlando el brío al acero valiente, al mármol frío, que contra el Tiempo su dureza atreve. Antes que sepa andar el pie, se mueve camino de la muerte, donde envío mi vida oscura: pobre y turbio río que negro mar con altas ondas bebe. Todo corto momento es paso largo que doy, a mi pesar, en tal jornada, pues, parado y durmiendo, siempre aguijo. Breve suspiro, y último, y amargo, es la muerte, forzosa y heredada; mas si es ley, y no pena, ¿qué me aflijo?
¡Cómo de entre mis manos te resbalas! ¡Cómo de entre mis manos te resbalas! ¡Oh, cómo te deslizas, edad mía! ¡Qué mudos pasos traes, oh, muerte fría, pues con callado pie todo lo igualas! Feroz, de tierra el débil muro escalas, en quien lozana juventud se fía; mas ya mi corazón del postrer día atiende el vuelo, sin mirar las alas. ¡Oh, condición mortal! ¡Oh, dura suerte! ¡Que no puedo querer vivir mañana sin la pensión de procurar mi muerte! Cualquier instante de la vida humana es nueva ejecución, con que me advierte cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.
Desde la torre Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos. Si no siempre entendidos, siempre abiertos, o enmiendan, o fecundan mis asuntos; y en músicos callados contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos. Las grandes almas que la muerte ausenta, de injurias de los años, vengadora, libra, ¡oh, gran don Iosef!, docta la emprenta. En fuga irrevocable hoye la hora; pero aquélla el mejor cálculo cuenta que en la lección y estudios nos mejora.

RELIGIOSOS

En la muerte de Cristo Pues hoy derrama noche el sentimiento por todo el cerco de la lumbre pura, y amortecido el sol en sombra oscura da lágrimas al fuego y voz al viento; pues de la muerte el negro encerramiento descubre con temblor la sepultura, y el monte, que embaraza la llanura del mar cercano, se divide atento, de piedra es, hombre duro, de diamante tu corazón, pues muerte tan severa no anega con tus ojos tu semblante. Mas no es de piedra, no; que si lo fuera, de lástima de ver a Dios amante, entre las otras piedras se rompiera.
Vinagre y hiel para sus labios pide... Vinagre y hiel para sus labios pide, y perdón para el pueblo que le hiere: que como sólo porque viva, muere, con su inmensa piedad sus culpas mide. Señor que al que le deja no despide, que al siervo vilo que le aborrece quiere, que porque su traidor no desespere, a llamarle su amigo se comide, ya no deja ignorancia al pueblo hebreo de que es Hijo de Dios, si, agonizando, hace de amor, por su dureza, empleo. Quien por sus enemigos, expirando, pide perdón, mejor en tal deseo mostró ser Dios, que el sol y el mar bramando.

AMOROSOS

Con ejemplos muestra a Flora la brevedad de la hermosura para no malograrla La mocedad del año, la ambiciosa, vergüenza del jardín, el encarnado oloroso rubí, Tiro abreviado, también del año presunción hermosa; la ostentación lozana de la rosa, deidad del campo, estrella del cercado, el almendro, en su propia flor nevado, que anticiparse a los calores osa, reprehensiones so, ¡oh Flora!, mudas de la hermosura y la soberbia humana, que a las leyes de flor está sujeta. Tu edad se pasará mientras lo dudas: de ayer te habrás de arrepentir mañana, y tarde y con dolor serás discreta.
A Aminta, que teniendo un clavel en la boca, por morderle, se mordió los labios y salió sangre Bastábale al clavel verse vencido del labio en que se vio (cuando, esforzado con su propia vergüenza, lo encarnado a tu rubí se vio más parecido), sin que, en tu boca hermosa, dividido fuese de blancas perlas granizado, pues tu enojo, con él equivocado, el labio por clavel dejó mordido; si no cuidado de la sangre fuese, para que, a presumir de tiria grana de tu púrpura líquida aprendiese. Sangre vertió tu boca soberana, porque, roja victoria, amaneciese llanto al clavel y risa a la mañana.
Amor constante más allá de la muerte Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera; mas no, desotra parte, en la ribera, dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama el agua fría, y perder el respeto a ley severa. Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, médulas que han gloriosamente ardido, su cuerpo dejarán, no su cuidado; serán ceniza, más tendrán sentido, polvo serán, más polvo enamorado.

Digitado y editado por Andrés Moreira W.
anmoreir@dim.uchile.cl