¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal rüido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido! Que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado, ni del dorado techo se admira, fabricado del sabio Moro, en jaspes sustentado. No cura si la fama canta con voz su nombre pregonera, ni cura si encarama su lengua lisonjera lo que condena la verdad sincera. ¿Qué presta a mi contento si soy del vano dedo señalado? ¿si en busca deste viento ando desalentado con ansias vivas, con mortal cuidado? ¡Oh monte, oh fuente, oh río, oh secreto seguro deleitoso! Roto casi el navío a vuestro almo reposo huyo de aqueste mar tempestuoso. Un no rompido sueño, un día puro, alegre, libre, quiero; no quiero ver el ceño vanamente severo de a quien la sangre ensalza o el dinero. Despiértenme las aves con su cantar sabroso no aprendido; no los cuidados graves de que es siempre seguido el que al ajeno arbitrio está atenido. Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo a solas sin testigo, libre de amor de celo, de odio, de esperanzas, de recelo. Del monte en la ladera por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera de bella flor cubierto ya muestra en esperanza el fruto cierto. Y como codiciosa por ver y acrecentar su hermosura, desde la cumbre airosa una fontana pura hasta llegar corriendo se apresura. Y luego sosegada el paso entre los árboles torciendo, el suelo de pasada de verdura vistiendo y con diversas flores va esparciendo. El aire el huerto orea, y ofrece mil olores al sentido: los árboles menea con un manso rüido, que del oro y del cetro pone olvido. Téngase su tesoro los que de un falso leño se confían; no es mío ver el lloro de los que desconfían cuando el Cierzo y el Abregó porfían. La combatida antena cruje, y en ciega noche el claro día se torna, al cielo suena confusa vocería, y la mar enriquecen a porfía. A mí una pobrecilla mesa de amable paz bien abastada me basta, y la vajilla de fino oro labrada sea de quien la mar no teme airada. Y mientras miserable- mente se están los otros abrasando con sed insaciable del peligroso mando, tendido yo a la sombra esté cantando. A la sombra tendido, de hiedra y luto eterno coronado, puesto el atento oído al son dulce acordado del plectro sabiamente meneado.
Virtud hija del cielo, la más ilustre empresa de la vida, en el escuro suelo luz tarde conocida, senda que guía al bien poco seguida: Tú dende la hoguera al cielo levantaste al fuerte Alcides, tú en la más alta esfera con las estrellas mides al Cid, clara victoria de mil lides. Por ti el paso desvía de la profunda noche y resplandece muy más que el claro día de Leda el parto, y crece el Córdoba a las nubes y florece. Y por tu senda agora traspasa luengo espacio con ligero pie y ala voladora el gran Portocarrero, osado de ocupar el bien primero. Del vulgo se descuesta hollando sobre el oro; firme aspira a lo alto de la cuesta, ni violencia de ira ni blando y dulce engaño le retira. Ni mueve más ligera, ni más igual divide por derecha el aire y fiel carrera o la traciana flecha o la bola tudesca un fuego hecha. En pueblo inculto y duro induce poderoso igual costumbre, y do se muestra escuro el cielo, enciende lumbre valiente a ilustrar más alta cumbre. Dichosos los que baña el Miño, los que el mar monstroso cierra dende la fiel montaña hasta el fin de la tierra, los que desprecia de Eume la alta sierra.
El aire se serena y viste de hermosura y luz no usada, Salinas, cuando suena la música estremada por vuestra sabia mano gobernada. A cuyo son divino el alma que en olvido está sumida torna a cobrar el tino y memoria perdida de su origen primera esclarecida. Y como se conoce, en suerte y pensamientos se mejora: el oro desconoce que el vulgo vil adora, la belleza caduca engañadora. Traspaso el aire todo hasta llegar a la más alta esfera, y oye allí otro modo de no perecedera música, que es la fuente y la primera. Y como está compuesta de números concordes, luego envía consonante respuesta, y entre ambas a porfía se mezcla una dulcísima harmonía. Aquí la alma navega por un mar de dulzura, y finalmente en él ansí se anega, que ningún accidente estraño o peregrino oye o siente. ¡Oh desmayo dichoso! ¡oh muerte que das vida! ¡oh dulce olvido! durase en tu reposo sin ser restituido jamás aqueste bajo y vil sentido. A este bien os llamo, gloria del Apolíneo sacro coro, amigos a quien amo sobre todo tesoro, que todo lo visible es triste lloro. ¡Oh! suene de contino, Salinas, vuestro son en mis oídos, por quien al bien divino despiertan los sentidos, quedando a lo demás adormecidos.
Inspira nuevo canto, Caliope, en mi pecho aqueste día; que de los Borja canto y Enríquez la alegría, y el rico don que el cielo les invía. Hermoso sol luciente, que el día das y llevas, rodeado de luz resplandeciente más de lo acostumbrado sal ya, y verás nacido tu traslado. O si te place agora en la región contraria hacer manida, detente allá en buen hora; que con la luz nacida podrá ser nuestra esfera esclarecida. Alma divina, en velo de femeniles miembros encerrada, cuando veniste al suelo robaste de pasada la celestial riquísima morada. Diéronte bien sin cuento con voluntad concorde y amorosa quien rige el movimiento sexto, con la alta diosa de la tercera rueda poderosa. De tu belleza rara el envidioso viejo mal pagado torció el paso y la cara, y el fiero Marte airado el camino dejó desocupado. Y el rojo y crespo Apolo que tus pasos guiando descendía contigo al bajo polo la cítara hería y con divino canto ansí decía: "Desciende en punto bueno, espíritu real, al cuerpo hermoso, que en el ilustre seno te espera deseoso por dar a tu valor digno reposo. Él te dará la gloria que en el terreno cerco es más tenida, de agüelos larga historia, por quien la no hundida nave, por quien la España fue regida. Tú dale en cambio desto de los eternos bienes la nobleza, deseo alto, honesto, generosa grandeza, claro saber, fe llena de pureza. En su rostro se vean de tu beldad sin par vivas señales: los sus dos ojos sean dos luces inmortales, que guíen al bien sumo a los mortales. El cuerpo delicado, como cristal lucido y transparente, tu gracia y bien sagrado, tu luz, tu continente a sus dichosos siglos represente. La soberana agüela, dechado de virtud y hermosura, la tía, de quien vuela la fama, en quien la dura muerte mostró lo poco que el bien dura, con todas cuantas precio de gracia y de belleza hayan tenido, serán por ti en desprecio y puestas en olvido, cual hace la verdad con lo fingido. ¡Ay tristes! ¡ay dichosos los ojos que te vieren! huyan luego, si fueren poderosos, antes que prenda el fuego contra quien no valdrá ni oro ni ruego. Ilustre y tierna planta, gozo del claro tronco y generoso, creciendo te levanta a estado más dichoso de cuantos dió ya el cielo venturoso".
En vano el mar fatiga la vela portuguesa; que ni el seno de Persia, ni la amiga Maluca da árbol bueno que pueda hacer un ánimo sereno. No da reposo al pecho, Felipe, ni la India, ni la rara esmeralda provecho; que más tuerce la cara cuanto posee más el alma avara. Al Capitán Romano la vida y no la sed quitó el bebido tesoro persiano; y Tántalo, metido en medio de las aguas, afligido de sed está; y más dura la suerte es del mezquino, que sin tasa se cansa ansí, y endura el oro, y la mar pasa osado, y no osa abrir la mano escasa. ¿Qué vale el no tocado tesoro, si corrompe el dulce sueño, si estrecha el ñudo dado, si más enturbia el ceño y deja en la riqueza pobre al dueño?
Elisa, ya el preciado cabello que del oro escarnio hacía la nieve ha variado. ¡Ay! ¿yo no te decía: "recoge, Elisa, el pie, que vuela el día?" Ya los que prometían durar en tu servicio eternamente, ingratos se desvían por no mirar la frente con rugas afeada, el negro diente. ¿Qué tienes del pasado tiempo sino dolor? ¿cuál es el fruto que tu labor te ha dado, si no es tristeza y luto y el alma hecha sierva a vicio bruto? ¿Qué fe te guarda el vano por quien tú no guardaste la debida a tu bien soberano? ¿por quién mal proveída perdiste de tu seno la querida prenda? ¿por quién velaste? ¿por quién ardiste en celos? ¿por quién uno el cielo fatigaste con gemido importuno? ¿por quién nunca tuviste acuerdo alguno de ti mesma? Y agora rico de tus despojos, más ligero que el ave huye, y adora a Lida el lisonjero: tú queda entregada al dolor fiero. ¡Oh cuánto mejor fuera el don de la hermosura que del cielo te vino, a cuyo era habello dado en velo santo, guardado bien del polvo y suelo! Mas ahora no hay tardía; tanto nos es el cielo piadoso mientras que dura el día; el pecho hervoroso en breve del dolor saca reposo. Que la gentil señora de Mágdalo, bien que perdidamente dañada, en breve hora con el amor ferviente las llamas apagó del fuego ardiente. Las llamas del malvado amor con otro amor más encendido, y consiguió el estado que no fué concedido al huésped arrogante, en bien fingido. De amor guiada y pena penetra el pecho estraño, y atrevida ofrécese a la ajena presencia, y sabia olvida el ojo mofador, busca la vida. Y toda derrocada a los divinos pies que la traían, lo que la en sí fiada gente olvidado habían, sus manos, boca y ojos lo hacían. Lavaba larga en lloro al que su torpe mal lavando estaba; limpiaba con el oro que la cabeza ornaba a su limpieza, y paz a su paz daba. Decía: "Solo amparo de la miseria extrema, medicina de mi salud, reparo de tanto mal, inclina aqueste cieno tu piedad divina. ¡Ay! ¿qué podrá ofrecerte quién todo lo perdió? Aquestas manos osadas de ofenderte, aquestos ojos vanos te ofrezco y estos labios tan profanos. La que sudó en tu ofensa trabaje en tu servicio, y de mis males proceda mi defensa: mis ojos dos mortales fraguas, dos fuentes sean manantiales. Bañen tus pies mis ojos, límpienlos mis cabellos; de tormento mi boca y red de enojos les dé besos sin cuento, y lo que me condena te presento. Preséntote un sujeto tan mortalmente herido, cual conviene do un médico perfeto de cuanto saber tiene dé muestra, que por siglos mil resuene".
Flogaba el rey Rodrigo con la hermosa Caba en la ribera del Tajo sin testigo; el río sacó fuera el pecho, y le habló desta manera: "En mal punto de goces, injusto forzador; que ya el sonido y oyo ya las voces, las armas y el bramido de Marte, y de furor y ardor ceñido. ¡Ay! esa tu alegría qué llantos acarrea; y esa hermosa, que vió el sol en mal día, a España ¡ay! ¡cuán llorosa, y al cetro de los godos cuán costosa! Llamas, dolores, guerras, muertes, asolamientos, fieros males entre tus brazos cierras, trabajos inmortales a ti y a tus vasallos naturales. A los que en Constantina rompen el fértil suelo, a los que baña el Ebro, a la vecina Sansueña, a Lusitaña, a toda la espaciosa y triste España. Ya dende Cádiz llama el injuriado Conde, a la venganza atento y no a la fama, la bárbara pujanza en quien para tu daño no hay tardanza. Oye que al cielo toca con temeroso son la trompa fiera que en África convoca el Moro a la bandera, que al aire desplegada va ligera. La lanza ya blandea el Árabe cruel, y hiere el viento llamando a la pelea; innumerable cuento de escuadras juntas veo en un momento. Cubre la gente el suelo, debajo de las velas desaparece la mar, la voz al cielo confusa y varia crece, el polvo roba el día y le escurece. ¡Ay! que ya presurosos suben las largas naves; ¡ay! que tienden los brazos vigorosos a los remos, y encienden las mares espumosas por do hienden. El Eolo derecho hinche la vela en popa, y larga entrada por el Hercúleo estrecho con la punta acerada el gran padre Neptuno da a la armada. ¡Ay triste! ¿y aun te tiene el mal dulce regazo? ¿ni llamado al mal que sobreviene no acorres? ¿ocupado no ves ya el puerto a Hércules sagrado? Acude, corre, vuela, traspasa el alta sierra, ocupa el llano, no perdones la espuela, no des paz a la mano, menea fulminando el hierro insano. ¡Ay! ¡cuánto de fatiga! ¡ay! ¡cuánto de sudor está presente al que viste loriga, al infame valiente, a hombres y a caballos juntamente! ¡Y tú, Betis divino, de sangre ajena y tuya amancillado darás al mar vecino cuánto yelmo quebrado, cuánto cuerpo de nobles destrozado! El furibundo Marte cinco luces las haces desordena igual a cada parte; la sesta ¡ay! te condena, ¡oh cara patria! a bárbara cadena".
Noche Serena Cuando contemplo el cielo de innumerables luces adornado, y miro hacia el suelo de noche rodeado, en sueño y en olvido sepultado; el amor y la pena despiertan en mi pecho un ansia ardiente; despiden larga vena los ojos hechos fuente, Olarte, y digo al fin con voz doliente: Morada de grandeza, templo de claridad y hermosura, el alma que a tu alteza nació, ¿qué desventura la tiene en esta cárcel baja, escura? ¿Qué mortal desatino de la verdad aleja así el sentido, que de tu bien divino olvidado, perdido, sigue la vana sombra, el bien fingido? El hombre está entregado al sueño, de su suerte no cuidando, y con paso callado el cielo vueltas dando las horas del vivir le va hurtando. ¡Oh! despertad, mortales, mirad con atención en vuestro daño. ¿Las almas inmortales hechas a bien tamaño, podrán vivir de sombras y de engaño? ¡Ay! levantad los ojos a aquesta celestial eterna esfera; burlaréis los antojos de aquesa lisonjera vida, con cuanto teme y cuanto espera. ¿Es más que un breve punto el bajo y torpe suelo comparado con este gran trasunto do vive mejorado lo que es, lo que será, lo que ha pasado? Quien mira el gran concierto de aquestos resplandores eternales, su movimiento cierto, sus pasos desiguales y en proporción concorde tan iguales: la luna cómo mueve la plateada rueda, y va en pos della la luz do el saber llueve, y la graciosa estrella de Amor la sigue reluciente y bella: y cómo otro camino prosigue el sanguinoso Marte airado, y el Júpiter benino de bienes mil cercado serena el cielo con su rayo amado: rodéase en la cumbre Saturno, padre de los siglos de oro; tras él la muchedumbre del reluciente coro su luz va repartiendo y su tesoro: ¿Quién es el que esto mira, y precia la bajeza de la tierra, y no gime y suspira, y rompe lo que encierra el alma y destos bienes la destierra? Aquí vive el contento, aquí reina la paz, aquí asentado en rico y alto asiento está el Amor sagrado, de glorias y deleites rodeado. Inmensa hermosura aquí se muestra toda, y resplandece clarísima luz pura, que jamás anochece; eterna primavera aquí florece. ¡Oh campos verdaderos! ¡oh prados con verdad frescos y amenos! ¡riquísimos mineros! ¡oh deleitosos senos, repuestos valles de mil bienes llenos!
Las Serenas No te engañe el dorado vaso, ni de la puesta al bebedero sabrosa miel cebado; dentro al pecho ligero, Querinto, no traspases el postrero asensio; ten dudosa la mano liberal, que esa azucena, esa purpúrea rosa que el sentido enajena, tocada pasa al alma y la envenena. Retira el pie, que asconde sierpe mortal el prado, aunque florido los ojos roba: adonde aplace más, metido el peligroso lazo está y tendido. Pasó tu primavera; ya la madura edad te pide el fruto de gloria verdadera. ¡Ay! pon del cieno bruto los pasos en lugar firme y enjuto, antes que la engañosa Circe del corazón apoderada, con copa ponzoñosa el alma transformada, te junte nueva fiera a su manada. No es dado al que allí asienta, si ya el cielo dichoso no le mira, huir la torpe afrenta: o arde oso en ira, o hecho jabalí gime y suspira. No fíes en viveza, atiende al sabio rey Solimitano; no vale fortaleza; que al vencedor Gazano condujo a triste fin femenil mano. Imita al alto griego, que sabio no aplicó la noble antena al enemigo ruego de la blanda Serena; por do por siglos mil su fama suena. Decía conmoviendo el aire en dulce son: "La vela inclina que del viento huyendo por los mares camina, Ulises, de los Griegos luz divina. "Allega y da reposo al inmortal cuidado, y entretanto conocerás curioso mil historias que canto; que todo navegante hace otro tanto. "Todos de su camino tuercen a nuestra voz, y satisfecho con el cantar divino el deseoso pecho, a sus tierras se van con más provecho. "Que todo lo sabemos cuanto contiene el suelo, y la reñida guerra te cantaremos de Troya y su caída, por Grecia y por los dioses destruída." Ansí falsa cantaba ardiendo en crüeldad; mas el prudente a la voz atajaba el camino en su gente con la aplicada cera suavemente. Si a ti se presentare, los ojos sabio cerra; firme atapa la oreja, si llamare; si prendiere la capa, huye, que sólo aquel que huye escapa.
¿Cuándo será que pueda libre desta prisión volar al cielo, Felipe, y en la rueda que huye más del suelo contemplar la verdad pura sin duelo? Allí a mi vida junto en luz resplandeciente convertido veré distinto y junto lo que es y lo que ha sido y su principio propio y ascondido. Entonces veré cómo la soberana mano echó el cimiento tan a nivel y plomo, do estable y firme asiento posee el pesadísimo elemento. Veré las inmortales colunas do la tierra está fundada, las lindes y señales con que a la mar hinchada la Providencia tiene aprisionada. Por qué tiembla la tierra, por qué las hondas mares se embravecen: dó sale a mover guerra El Cierzo, y por qué crecen las aguas del Océano y decrecen: de dó manan las fuentes; quién ceba y quién bastece de los ríos las perpetuas corrientes; de los helados fríos veré las causas y de los estíos: las soberanas aguas del aire en la región quién las sostiene; de los rayos las fraguas; dó los tesoros tiene de nieve Dios, y el trueno dónde viene. ¿No ves cuando acontece turbarse el aire todo en el verano? El día se enegrece, sopla el Gallego insano, y sube hastá el cielo el polvo vano. Y entre las nubes mueve su carro Dios, ligero y reluciente, horrible son conmueve, relumbra fuego ardiente, treme la tierra, humíllase la gente. La lluvia baña el techo, invían largos ríos los collados: su trabajo deshecho, los campos anegados miran los labradores espantados. Y de allí levantado veré los movimientos celestiales, ansí el arrebatado como las naturales, la causa de los hados, las señales. Quién rige las estrellas veré y quién las enciende con hermosas y eficaces centellas; por qué están las dos Osas de bañarse en la mar siempre medrosas. Veré este fuego eterno; fuente de vida y luz dó se mantiene; y por qué en el hibierno tan presuroso viene, quién en las noches largas le detiene. Veré sin movimiento en la más alta esfera las moradas del gozo y del contento, de oro y luz labradas, de espíritus dichosos habitadas.
Recoge ya en el seno el campo su hermosura, el cielo aoja con luz triste el ameno verdor, y hoja a hoja las cimas de los árboles despoja. Ya Febo inclina el paso al resplandor Egeo, ya del día las horas corta escaso; ya Eolo al mediodía soplando espesas nubes nos envía. Ya el ave vengadora del Ibico navega los nublados, y con voz ronca llora, y al yugo el cuello atados los bueyes van rompiendo los sembrados. El tiempo nos convida a los estudios nobles y la fama, Grial, a la subida del sacro monte llama, do no podrá subir la postrer llama. Alarga el bien guiado paso, y la cuesta vence, y solo gana la cumbre del collado; y do más pura mana la fuente, satisfaz tu ardiente gana. No cures si el perdido error admira el oro y va sediento en pos de un bien fingido; que no ansí vuela el viento, cuanto es fugaz y vano aquel contento. Escribe lo que Febo te dicta favorable, que lo antigo iguala y pasa el nuevo estilo; y caro amigo no esperes que podré atener contigo. Que yo de un torbellino traidor acometido y derrocado de en medio del camino al hondo, el plectro amado y del vuelo las alas he quebrado.
Del Moderado y Constante ¿Qué vale cuanto vee do nace y do se pone el sol luciente, lo que el Indio posee, lo que da el claro oriente con todo lo que afana la vil gente? El uno, mientras cura dejar rico descanso a su heredero, vive en pobreza dura, y perdona al dinero, y contra sí se muestra crudo y fiero. El otro, que sediento anhela al señorío, sirve ciego, y por subir su asiento abájase a vil ruego, y de la libertad va haciendo entrego. Quien de dos claros ojos y de un cabello de oro se enamora, compra con mil enojos una menguada hora, un gozo breve que sin fin se llora. Dichoso el que se mide, Felipe, y de la vida el gozo bueno a sí solo lo pide, y mira como ajeno aquello que no está dentro de su seno. Si resplandece el día, si Eolo su reino turba, ensaña, el rostro no varía, y si la alta montaña encima le viniere no le daña: bien como la ñudosa carrasca en alto risco desmochada con hacha poderosa, del ser despedazada del hierro torna rica y esforzada. Querrás hundille, y crece mayor que de primero; y si porfía la lucha, más florece, y firme al suelo envía al que vencedor ya se tenía. Esento a todo cuanto presume la fortuna, sosegado está y libre de espanto ante el tirano airado, de hierro, de crueza y fuego armado. "El fuego", dice, "enciende, aguza el hierro crudo, rompe y llega, y si me hallares prende, y da a tu hambre ciega su cebo deseado, y la sosiega. "¿Qué estás? ¿no ves el pecho desnudo, flaco, abierto? ¿o no te cabe el corazón que sabe en puño tan estrecho cerrar cielos y tierra con su llave? "Ahonda más adentro, desvuelva las entrañas el insano puñal, penetra al centro; mas es trabajo vano; jamás me alcanzará tu corta mano. "Rompiste mi cadena ardiendo por prenderme; al gran consuelo subido he por pena; ya suelto encumbro el vuelo; traspaso sobre el aire, huello el cielo".
Alma región luciente, prado de bienandanza, que ni al hielo ni con rayo ardiente fallece, fértil suelo, producidor eterno de consuelo; de púrpura y de nieve florida, la cabeza coronado, a dulces pastos mueve sin honda ni cayado el buen Pastor en ti su hato amado. Él va, y en pos dichosas le siguen sus ovejas do las pace con inmortales rosas, con flor que siempre nace, y cuanto más se goza más renace. Ya dentro a la montaña del alto bien las guía; ya en la vena del gozo fiel las baña, y les da mesa llena, Pastor y pasto él solo y suerte buena. Y de su esfera cuando la cumbre toca altísimo subido el sol, él sesteando de su hato ceñido con dulce son deleita el santo oído. Toca el rabel sonoro, y el inmortal dulzor al alma pasa, con que envilece el oro, y ardiendo se traspasa y lanza en aquel bien libre de tasa. ¡Oh son! ¡Oh voz! ¡Siquiera pequeña parte alguna decendiese en mi sentido, y fuera de sí el alma pusiese y toda en ti, oh Amor, la convirtiese! Conocería dónde sesteas, dulce Esposo, y desatada desta prisión adonde padece, a tu manada viviera junta, sin vagar errada.
¡Oh ya seguro puerto de mi tan luengo error! ¡Oh deseado para reparo cierto del grave mal pasado, reposo dulce, alegre, reposado! Techo pajizo, adonde jamás hizo morada el enemigo cuidado, ni se esconde envidia en rostro amigo, ni voz perjura ni mortal testigo: Sierra que vas al cielo altísima y que gozas del sosiego que no conoce el suelo, adonde el vulgo ciego ama el morir ardiendo en vivo fuego, recíbeme en tu cumbre, recíbeme, que huyo perseguido la errada muchedumbre el trabajar perdido la falsa paz, el mal no merecido. Y do está mas sereno el aire me coloca, mientras curo los daños del veneno que bebí mal seguro; mientras el mancillado pecho apuro; mientras que poco a poco borro de la memoria cuanto impreso dejó allí el vivir loco por todo su proceso vario entre gozo vano y caso avieso. En ti, casi desnudo deste corporal velo, y de la asida costumbre roto el ñudo, traspasaré la vida en gozo, en paz, en luz no corrompida. De ti en el mar sujeto con lástima los ojos inclinando, contemplaré el aprieto del miserable bando que las saladas ondas va cortando. El uno, que surgía alegre ya en el puerto, salteado del bravo soplo guía, en alta mar lanzado apenas el navío desarmado. El otro en la encubierta peña rompe la nave, que al momento el hondo pide abierta: al otro calma el viento: otro en las bajas sirtes hace asiento. A otros roba el claro día y el corazón el aguacero; ofrecen al avaro Neptuno su dinero: otro nadando huye el morir fiero. Esfuerza, opone el pecho: ¿mas cómo será parte un afligido que va, el leño deshecho, de flaca tabla asido contra un abismo inmenso embravecido? ¡Ay otra vez y ciento otras seguro puerto deseado! no me falte tu asiento y falte cuanto amado, cuanto del ciego error es cudiciado.
No siempre es poderosa, Carrero, la maldad ni siempre atina la envidia ponzoñosa, y la fuerza sin ley que más se empina al fin la frente inclina; que quien se opone al cielo, cuanto más alto sube, viene al suelo. Testigo es manifiesto el parto de la Tierra mal osado, que cuando tuvo puesto un monte encima de otro y levantado, al hondo derrocado, sin esperanza gime debajo su edificio, que le oprime. Si ya la niebla fría al rayo que amanece odiosa ofende, y contra el claro día las alas escurísimas estiende, no alcanza lo que emprende, al fin y desaparece, y el sol puro en el cielo resplandece. No pudo ser vencida, ni lo será jamás, ni la llaneza ni la inocente vida ni la fe sin error ni la pureza, por más que la fiereza del tigre ciña un lado, y el otro el basilisco emponzoñado. Por más que se conjuren el odio y el poder y el falso engaño, y ciegos de ira apuren lo propio y lo diverso, ajeno, estraño, jamás le harán daño; antes cual fino oro recobra del crisol nuevo tesoro. El ánimo constante armado de verdad mil aceradas, mil puntas de diamante embota y enflaquece, y, desplegadas las fuerzas encerradas, sobre el opuesto bando con poderoso pie se ensalza hollando. Y con cien voces suena la fama, que a la sierpe, al tigre fiero vencidos los condena a daño no jamás perecedero; y con vuelo ligero veniendo la Vitoria corona al vencedor de gozo y gloria.
Aunque en ricos montones levantes el cautivo inútil oro, y aunque tus posesiones mejores con ajeno daño y lloro, y aunque cruel tirano oprimas la verdad, y tu avaricia vestida en nombre vano convierta en compra y venta la justicia, y aunque engañes los ojos del mundo a quien adoras, no por tanto no nacerán abrojos, agudos en tu alma, ni el espanto no velará en tu lecho ni huirás las cuita, la agonía, el último despecho, ni la esperanza buena en compañía del gozo tus umbrales penetrará jamás, ni la Meguera con llamas infernales, con serpentino azote la alta y fiera y diestra mano armada, saldrá de tu aposento sola un hora; y ni tendrás clavada la rueda, aunque más puedas, voladora del tiempo hambriento y crudo, que viene con la muerte conjurado a dejarte desnudo del oro y cuanto tienes más amado; y quedarás sumido en males no finibles y en olvido.
Huid, contentos, de mi triste pecho. ¿Qué engaño os vuelve a do jamás pudiste tener reposo ni hacer provecho? Tened en la memoria cuando fuiste con público pregón ¡ay! desterrados de toda mi comarca y reinos tristes. A do ya no veréis sino nublados y viento y torbellino y lluvia fiera, suspiros encendidos y cuidados. No pinta el prado aquí la primavera, ni nuevo sol jamás las nubes dora, ni canta el ruiseñor lo que antes era. La noche aquí se vela, aquí se llora el día miserable sin consuelo, y vence el mal de ayer el mal de agora. Guardad vuestro destierro, que ya el suelo no puede dar contento al alma mía, si ya mil vueltas diere andando el cielo. Guardad vuestro destierro, si alegría, si gozo y si descanso andáis sembrando, que aqueste campo abrojos solos cría. Guardad vuestro destierro, si, tornando de nuevo, no queréis ser castigados con crudo azote y con infame bando. Guardad vuestro destierro, que olvidados de vuestro ser en mí seréis dolores. ¡Tal es la fuerza de mis duros hados! Los bienes más queridos y mayores se mudan, y en mi daño se conjuran, y son para ofenderme a sí traidores. Mancíllanse mis manos si se apuran, la paz y la amistad me es cruda guerra, las culpas faltan, mas las penas duran. Quien mis cadenas más estrecha y cierra es la inocencia mía y la pureza: cuando ella sube, entonces vengo a tierra. Mudó su ley en mi naturaleza, y pudo en mi dolor lo que no entiende ni seso humano ni mayor viveza. Cuando desenlazarse más pretende el pájaro captivo, más se enliga, y la defensa mía más me ofende. En mí la culpa ajena se castiga, y soy del malhechor ¡ay! prisionero, y quieren que de mí la fama diga. Dichoso el que jamás ni ley ni fuero, ni el alto tribunal, ni las ciudades, ni conoció del mundo el trato fiero; que por las inocentes soledades recoge el pobre cuerpo en vil cabaña, y el ánimo enriquece con verdades. Cuando la luz el aire y tierras baña, levanta al puro sol las manos puras, sin que se las aplomen odio y saña. Sus noches son sabrosas y seguras, la mesa le bastece alegremente el campo que no rompen rejas duras. Lo justo le acompaña y la luciente verdad, la sencillez en pechos de oro; la fe no colorada falsamente. De ricas esperanzas almo coro y paz con su descuido le rodean, y el gozo, cuyos ojos huye el lloro. Allí, contento, tus moradas sean, allí te lograrás, y a cada uno de aquellos que de mí saber desean, les di que no me viste en tiempo alguno.
¿Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, escuro, con soledad y llanto; y tú rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro? ¿Los antes bienhadados, y los agora tristes y afligidos, a tus pechos criados, de ti desposeídos a dó convertirán ya sus sentidos? ¿Qué mirarán los ojos que vieron de tu rostro la hermosura, que no les sea enojos? Quien oyó tu dulzura, ¿qué no tendrá por sordo y desventura? ¿Aqueste mar turbado quién le pondrá ya freno? ¿quién concierto al viento fiero, airado? ¿Estando tú encubierto, qué norte guiará la nave al puerto? ¡Ay! nube envidiosa aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas? ¿dó vuelas presurosa? ¡cuán rica tú te alejas! ¡cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
¿Qué santo o qué gloriosa virtud, qué deidad que el cielo admira, oh Musa poderosa en la cristiana lira, diremos entretanto que retira el sol con presto vuelo el rayo fugitivo en este día que hace alarde el cielo de su caballería? ¿Qué nombre entre estas breñas a porfía repetirá sonando la imagen de la voz en la manera, el aire deleitando, que el Efrateo hiciera del sacro y fresco Hermón por la ladera? A do ceñido el oro crespo con verde hiedra, la montaña condujo con sonoro laúd, con fuerza y maña del oso y del león domó la saña. ¿Pues quién diré primero que el Alto y que el humilde, y que la vida por el manjar grosero restituyó perdida, que al cielo levantó nuestra caída? Igual al Padre Eterno, igual al que en la tierra nace y mora, de quien tiembla el infierno, a quien el sol adora, en quien todo el ser vive y se mejora. Después el vientre entero la Madre desta luz será cantada, clarísimo lucero en esta mar turbada, del linaje humanal fiel abogada. Espíritu divino, no callará tu voz, tu pecho opuesto contra el dragón malino; ni tú en olvido puesto, que a defender mi vida estás dispuesto. Osado en la promesa, barquero de la barca no sumida, a ti mi voz profesa; y a ti que la lucida noche te traspasó de muerte a vida. ¿Quién no dirá tu lloro, tu bien trocado amor, oh Magdalena, de tu nardo el tesoro, de cuyo olor la ajena casa, la redondez del mundo es llena? Del Nilo moradora, tierna flor del saber y de pureza, de ti yo canto agora, que de la santa alteza de Arabia esparce luz tu fortaleza. ¿Diré el rayo Africano? ¿Diré el Estridonés sabio, elocuente, o del panal romano, o del que justamente nombraron "boca de oro" entre la gente? Coluna ardiente en fuego, el firme y gran Basilio al cielo toca, mayor que el miedo y ruego; y ante su rica boca la lengua de Demóstenes se apoca. Cual árbol con los años la gloria de Francisco sube y crece, y entre mil ermitaños el claro Antón parece luna que en las estrellas resplandece. ¡Ay, Padre! ¿y dó se ha ido aquel raro valor? ¿o qué malvado el oro ha destruido de tu templo sagrado? ¿quién cizañó tan mal tu buen sembrado? Adonde la azucena lucía y el clavel, do el rojo trigo, reina agora la avena, la grama, el enemigo cardo, la sinjusticia, el falso amigo. Convierte piadoso tus ojos y nos mira, y con tu mano arranca poderoso lo malo y lo tirano, y planta aquello antiguo, humilde y llano. Da paz a aqueste pecho, que hierve con dolor en noche escura; que fuera deste estrecho diré con más dulzura tu nombre, tu grandeza y hermosura. No niego, dulce amparo del alma, que mis males son mayores que aqueste desamparo; mas cuanto son peores, tanto más resonarán más tus loores.
Las selvas conmoviera, las fieras alimañas, como Orfeo, si ya mi canto fuera igual a mi deseo; cantando el nombre santo Zebedeo. Y fueran sus hazañas por mí con voz eterna celebradas, por quien son las Españas del yugo desatadas del bárbaro furor y libertadas. Y aquella nao dichosa del cielo esclarecer merecedora, que joya tan preciosa nos trujo, fuera agora cantada del que en Citia y Cairo mora. Osa el cruel tirano ensangrentar en ti su injusta espada: no fué consejo humano; estaba a ti ordenada la primera corona y consagrada. La fe que a Cristo diste con presta diligencia has ya cumplido: de su cáliz bebiste, apenas que subido al cielo retornó, de ti partido. No sufre su larga ausencia, no sufre, no, el amor que es verdadero: la muerte y su inclemencia tiene por muy ligero medio, por ver al dulce compañero. Cual suele el fiel sirviente, si en medio la jornada le han dejado, que haciendo prestamente lo que le fue mandado, torna buscando al amo ya alejado; ansí entregado al viento del mar Egeo al mar de Atlante vuela; do, puesto el fundamento de la cristiana escuela, torna buscando a Cristo a remo y vela. Allí por la maldita mano el sagrado cuello fué cortado: camina en paz, bendita alma, que ya has llegado al término por ti tan deseado. A España, a quien amaste (que siempre al buen principio el fin responde), tu cuerpo le enviaste para dar luz adonde el sol su claridad cubre y esconde. Por los tendidos mares la rica navecilla va cortando: Nereidas a millares del agua el pecho alzando turbadas entre sí la van mirando. Y dellas hubo alguna, que con las manos de la nave asida la aguija con la una, y con la otra tendida a las demás que lleguen las convida. Ya pasa del Egeo, vuela por el Ionio, atrás ya deja el puerto Lilibeo, de Córcega se aleja, y por llegar al nuestro mar se aqueja. Esfuerza, viento, esfuerza; hinche la santa vela, embiste en popa: el curso haz que no tuerza do Abila casi topa con Calpe, hasta llegar al fin de Europa. Y tú, España, segura del mal y cautiverio que te espera, con fe y voluntad pura ocupa la ribera; recibirás tu guarda verdadera. Que tiempo será cuando de innumerables huestes rodeada, del cetro real y mando te verás derrocada, en sangre, en llanto y en dolor bañada. De hacia el Mediodía oye que ya la voz amarga suena; la mar de Berbería de flotas veo llena; hierve la costa en gente, en sol la arena. Con voluntad conforme las proas contra ti se dan al viento y con clamor deforme de pavoroso acento avivan de remar el movimiento. Y la infernal Meguera, la frente de ponzoña coronada, guía la delantera de la morisca armada, de fuego, de furor, de muerte armada. Cielos, so cuyo amparo España está, merced en tanta afrenta; si ya este suelo caro os fué, nunca consienta vuestra piedad que mal tan crudo sienta. Mas ¡ay! que la sentencia en tabla de diamante está esculpida; del Godo la potencia por el suelo caída, España en breve tiempo es destruída. ¿Cuál río caudaloso que los opuestos muelles ha rompido con sonido espantoso, por los campos tendido tan presto y tan feroz jamás se vido? Mas cese el triste llanto, recobre el Español su bravo pecho: que ya el Apóstol santo, un otro Marte hecho, del cielo viene a dalle su derecho. Vesle de limpio acero cercano, y con espada relumbrante, como rayo ligero, cuanto le va delante destroza y desbarata en un instante. De grave espanto herido los rayos de su vista no sostiene el Moro descreído; por valiente se tiene cualquier que para huir ánimo tiene. Huye, si puedes tanto, huye; más por demás, que no hay huída: bebe dolor y llanto por la mesma medida con que ya España fué de ti medida. Como león hambriento, sigue, teñida en sangre espada y mano, de más sangre sediento, al Moro que huye en vano; de muertos queda lleno el monte, el llano. ¡Oh gloria, oh gran prez nuestra, escudo fiel, oh celestial guerrero! vencido ya se muestra al Africano fiero por ti, tan orgulloso de primero. Por ti del vituperio, por ti de la afrentosa servidumbre y triste cautiverio libres en clara lumbre y de la gloria estamos en la cumbre. Siempre venció tu espada, o fuese de tu mano poderosa o fuese meneada de aquella generosa que sigue tu milicia religiosa. De tu virtud divina la fama que resuena en toda parte, siquiera sea vecina, siquiera más se aparte, a la gente conduce a visitarte. El áspero camino vence con devoción, y al fin te adora el Franco, el peregrino que Libia descolora, el que en Poniente, el que en Levante mora.
Virgen que el sol más pura, gloria de los mortales, luz del cielo, en quien es la piedad como la alteza: los ojos vuelve al suelo y mira un miserable en cárcel dura cercado de tinieblas y tristeza; y si mayor bajeza no conoce ni igual juicio humano que el estado en que estoy por culpa ajena, con poderosa mano quiebra, Reina del cielo, la cadena. Virgen, en cuyo seno halló la Dëidad digno reposo, do fué el rigor en dulce amor trocado; si blando al riguroso volviste, bien podrás volver sereno un corazón de nubes rodeado; descubre el deseado rostro, que admira el cielo, el suelo adora; las nubes hüirán, lucirá el día: tu luz, alta Señora, venza esta ciega y triste noche mía. Virgen y Madre junto, de tu Hacedor dichosa engendradora, a cuyos pechos floreció la vida; mira cómo empeora y crece mi dolor más cada punto; el odio cunde, la amistad se olvida; si no es de ti valida la justicia y verdad que tú engendraste, ¿adónde hallará seguro amparo? Y pues Madre eres, baste para contigo ver mi desamparo. Virgen del sol vestida, de luces eternales coronada, que huellas con divinos pies la luna; envidia emponzoñada, engaño agudo, lengua fementida, odio cruel, poder sin ley ninguna me hacen guerra a una; ¿pues contra un tal ejército maldito cuál pobre y desarmado será parte, si tu nombre bendito, María, no se muestra por mi parte? Virgen por quien vencida llora su perdición la sierpe fiera, su daño eterno, su burlado intento; miran de la ribera seguras muchas gentes mi caída, el agua violenta, el flaco aliento, los unos con contento, los otros con espanto; el más piadoso con lástima la inútil voz fatiga: yo, puesto en ti el lloroso rostro, cortando voy onda enemiga. Virgen de Padre esposa, dulce Madre del Hijo, templo santo del inmortal Amor, del hombre escudo, no veo sino espanto. Si miro la morada, es peligrosa; si la salida, incierta, el favor mudo, el enemigo crudo, desnuda la verdad, muy proveída de armas y valedores la mentira: la miserable vida sólo cuando me vuelvo a ti respira. Virgen, que al alto ruego no más humilde sí diste que honesto, en quién los cielos contemplar desean; como terrero puesto, los brazos presos, de los ojos ciego, a cien flechas estoy que me rodean, que en herirme se emplean; siento el dolor, mas no vea la mano ni me es dado el huir ni el escudarme: quiera tu soberano Hijo, Madre de amor, por ti librarme. Virgen, lucero amado, en mar tempestuoso clara guía, a cuyo santo rayo calla el viento; mil olas a porfía hunden en el abismo un desarmado leño de vela y remo, que sin tiento el húmedo elemento corre: la noche carga, el aire truena; ya por el cielo va, ya el suelo toca, gime la rota antena: socorre antes que embista en dura roca. Virgen no inficionada de la común mancilla y mal primero que al humano linaje contamina; bien sabes que en ti espero dende mi tierna edad: y si malvada fuerza que me venció ha hecho indina de tu guarda divina mi vida pecadora tu clemencia tanto mostrará más su bien crecido, cuanto es más la dolencia y yo merezco menos ser valido. Virgen, el dolor fiero añuda ya la lengua, y no consiente que publique la voz cuanto desea; mas oye tú al doliente ánimo, que contino a ti vocea.
La cana y alta cumbre de Ilíberi, clarísimo Carrero, contiene en sí tu lumbre ya casi un siglo entero, y mucho en demasía detiene nuestro gozo y alegría. Los gozos que el deseo figura ya en tu vuelta y determina, a do vendrá el Liceo y de la Cabina fuente la moradora y Apolo con la cítara cantora. Bien eres generoso pimpollo de ilustrísimos mayores; mas esto, aunque glorioso, son títulos menores; que tú por ti venciendo a par de las estrellas vas luciendo. Y juntas en tu pecho una suma de bienes peregrinos, por donde con derecho nos colmas de divinos gozos con tu presencia, y de cuidados tristes con tu ausencia. Porque te ha salteado en medio de la paz la cruda guerra, que agora el Marte airado despierta en la alta sierra, lanzando rabia y sañas en las infieles bárbaras entrañas. Do mete a sangre y fuego mil pueblos el morisco descreído, a quién ya perdón ciego hubimos concedido, a quien en santo baño teñimos para nuestro mayor daño. Para que el nombre amigo ¡ay piedad cruel! desconociese el ánimo enemigo y ansí más ofendiese: mas tal es la fortuna, que no sabe durar en cosa alguna. Ansí la luz que agora serena relucía, con nublados veréis negra a deshora, y los vientos alados amontonando luego nubes, lluvias, horrores, trueno y fuego. Mas tú aquí solamente temes del caro Alfonso, que inducido de la virtud ardiente del pecho no vencido, por lo más peligroso se lanza discurriendo vitorioso. Como en la ardiente arena el líbico león las cabras sigue; las haces desordena y rompe y las persigue armado relumbrando la vida por la gloria aventurando. Testigo es la fragosa Poqueira, cuando él solo y traspasado con flecha ponzoñosa, sostuvo denodado y convirtió en huída mil banderas de gente descreída. Mas sobre todo cuando los dientes de la muerte agudos fiera apenas declinando alzó nueva bandera, mostró bien claramente de valor no vencible lo excelente. El, pues, relumbre claro sobre sus claros padres; mas tú en tanto, dechado de bien raro, abraza el ocio santo; que mucho son mejores los frutos de la paz y muy mayores.
Aquí la envidia y mentira me tuvieron encerrado. Dichoso el humilde estado del sabio que se retira de aqueste mundo malvado, y con pobre mesa y casa en el campo deleitoso con solo Dios se compasa, y a solas su vida pasa ni envidiado ni envidioso.